Hoy salí a sacar fotos. Elegí el barrio de mi escuela primaria. Repetí el trayecto que hacía mi padre cuando nos llevaba todas las mañanas en su auto. Llegué a la cuadra del colegio y estacioné el auto. Reemplacé el lente de 50 mm que tenia colocado en la cámara por un 28 mm, esperaba poder sacar una toma amplia de los edificios; quizás después cambiaría de lente para capturar detalles.
Dejé el auto frente a la puerta de mi jardín de infantes. Creo que hoy sigue siendo igual a cuando yo era chico, solo que ya no es un jardín de infantes. La puerta sigue siendo verde, aunque el techo de tejas creo que no estaba. Recuerdo un material translúcido, algo así como un policabornato. Y esa cochera era antes un taller de manualidades. De todas formas, allí fui dos años, y era muy chico. Posiblemente haya cambiado todo, pero no tengo forma de recordarlo con precisión.

Mi primaria fue demolida. Construyeron una casa muy grande de ladrillos con doble barricada. Entre rejas negras, se filtra un jardín verde que no parece albergar demasiados recuerdos alegres. En ese lugar estaba mi primaria, y es para mí un lugar feliz. Tengo un montón de recuerdos. La mayoría de mi infancia está en ese lugar. O estaba, dado que ya no hay nada allí. Recorrí lentamente la propiedad reconstruyendo la vieja fachada en mi cabeza. Y pude hacerlo. Recordé que de chico yo ceceaba. Al menos hasta tercer grado. Lo hice hasta que fui a una fonoaudiologa. No fui muchas veces. Quedaba a cuatro o cinco cuadras del colegio, e iba al mediodía. Recuerdo que fui sólo caminando, y que tenía miedo. Yo mismo me daba cuenta que quizás era demasiado chico como para caminar solo hasta allí, pero lo hice. Lo que me daba miedo, en realidad, era un puente curvo que era bastante oscuro, y yo debía pasar por debajo. Hoy pasé por debajo de ese puente. Ya no es curvo ni oscuro. Ahora es recto, tiene colores y es moderno. De las citas con la fonoaudiologa solo retuve la forma correcta de pronunciar las palabras, y un cuento sobre una disputa. Era un cuento sobre un héroe que enfrentaba a un gigante, y que habían resuelto dirimir sus diferencias decidiendo que quien tirara una piedra más alto, ganaría. El gigante tiraba la piedra, y no recuerdo si pasaban horas o días, pero finalmente caía la piedra. La había tirado muy alto. Pero, el héroe, siendo inteligente, se apresuró a agarrar una piedra y sin que el gigante lo notara, tomó en su mano un pájaro. Es obvio que cuando lo tiró éste nunca volvió y entonces ganó. En su momento pensé que ese tipo era brillante, pero en realidad el gigante era un imbécil. Seguramente que ese cuento estaba plagado de letras para desafiar mi ceceo. Imagino que no ha sido gratuito que me hiciera leer ese cuento, pero de todas formas, no creo que haya ido más de tres veces a su casa, y el tema finalmente quedó solucionado. Tan fácil fue, que hoy creo que lo mío era un tema más psicológico que de dificultad de aprendizaje. Intuyo que era una forma de llamar la atención. Recuerdo que mis ojos, mi nariz que en ese entonces era un botón y me ceceo, eran una fórmula irresistible para agradar y ser notado. Casi que podía sentir la nostalgia en algunos mayores cuando veían que ya no hablaba como un crío.

Estuve largo rato caminando, intentando reconocer cosas de una infancia que pareciera que no hubiera existido. Es como si alguien, sistemáticamente, se hubiera encargado de borrarlo todo. Es posible que yo haya sido ese alguien. Yo suelo hacer esas cosas. Pero en este caso, es como si hubiera caído una bomba y hubieran tenido que reconstruir todo. Solo que no pudieron o no quisieron hacerlo igual a como estaba. La escuela media a la que iba es hoy una torre. Volví para la primaria y en el camino pasé por lo de una pareja de amigos para ver si quizás estaban, pero su casa no parece estar habitada, y además está en venta.


No pude sacar muchas mas fotos. Ya no hay nada allí. Solamente caminé absorto en mis pensamientos, dudando de mi existencia por no poder encontrar una conexión con una infancia que es tan palpable como cualquier otro pensamiento en mi mente. Y es posible que todos esos recuerdos sean tan reales como la infinidad de realidades imaginarias que creo en mi mente diariamente. De hecho podría inventarme una nueva infancia completa en mi mente, y asumir una nueva identidad. No sería la primera vez, esto ya lo he hecho. Toda mi infancia está cargada de subjetividad. Son un conjunto de observaciones parciales a cargo de un niño que como todos, ignora demasiadas cosas.