La terrible vida del mosquito
Pasa la noche helada en el auto. Cuando el sol comienza a calentar se sube un humano y el universo comienza a girar en todas las direcciones. Intenta volar hacia el cielo azul pero implacablemente, la defensa invisible se lo impide. Golpea su cabeza una y otra vez hasta que se da por vencido y posa su patas sobre lo invisible. Una ráfaga lo vuela y nuevamente se desorienta por el movimiento incesante de la realidad. Se aparta de la luz hacia el espacio confinado y es envuelto en la turbulencia de las grandes manos que barren. Una, dos y tres veces y no puede dejar de girar sobre sí y en el espacio. Vuela bajo y parece que todo se aquieta y se calma. Pero la luz lo llama y la memoria del mosquito es corta. Vuela hacia el cielo e impacta nuevamente contra la implacable barrera. No se rinde, cabecea el límite decenas de veces pero no cede. Las grandes manos atacan nuevamente y la turbulencia es tal que lo despide hacia el cielo. Pero impacta contra la ventanilla del lado del conductor humano. La mano ahora está sedienta de muerte. Afortunadamente no es tan rápida como el mosquito. Está feliz, ha sobrevivido a la mano, pero una vibración crece hasta convertirse en un zumbido estruendoso. Es insoportable. Vuela para apartarse pero es tragado por una fortísima corriente de aire. La turbulencia lo sacude violentamente. Mucho más que en las oportunidades anteriores. Finalmente, todo deja de girar y el mosquito se encuentra en medio de un mundo gris infinitamente plano. Un objeto imposible de identificar lo envuelve en su turbulencia y el mundo gira una vez más. El mosquito sufre. Aletea y gana altura. Sabe que no es recomendable pero no sopla viento. Siente el olor del pasto y se deja llevar. Posa sus patas sobre una hoja. Está exhausto. Decide descansar y sin ninguna trascendencia, muere, se seca y se mezcla con el barro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario