El loro huevetas

El loro huevetas era un personaje simpático que estaba siempre acompañado por un amigo que tenía por recurrencia las flatulencias. Ambos eran personajes de una ficción de la que el padre de un amigo era autor e intérprete. Y las flatulencias nunca fueron fingidas, eran bien orgánicas.

Cordial y amable como era, siempre acepté las invitaciones a pasar varios días en lo de mi amigo. Ya desde pequeño había sido entrenado para soportar sin rechazar. Y eso hice, muchas veces. Tomando aviones bajo la supervisión de azafatas y al llegar, empezaba a contar los días. Intentaba reconstruir el rostro de mi madre en mi cabeza. No lo podía hacer. Eso me frustraba.

En una oportunidad tuve la suerte de tener por compañía a un segundo que era tan visitante como yo, y nos confabulamos.  Y entonces ya no conté los días. Pero hicimos un terrible quilombo en el baño a altas horas de la noche, y el autor de las crónicas del loro huevetas nos corrió por las escaleras y a los gritos. Juró que nos pondría en un avión a Buenos Aires a la mañana siguiente, pero lamentablemente no lo hizo. Mi compañero se asustó y se fue, y yo me quedé solo contando los días y reconstruyendo a mi madre.

Muchos años mas tarde vengo a darme cuenta que yo era el loro huevetas, y mi amigo, claramente se cagó.





estoy muy triste. Uno de mis héroes de la infancia se está muriendo. Se lo están comiendo por dentro. Es joven pero se ayuda con un bastón. No tiene fuerzas para comer, ni tampoco para hablar. A mi me gustaba que siempre tuviera buenas anécdotas. Y sabía contarlas. No me importaba que no fueran absolutamente ciertas. O que estuvieran levemente adornadas. Eso es arte. Por esa razón todos vibraban con sus relatos.

siempre fue el peor ejemplo, pero para mi era un gigante. Nunca voy a olvidar sus mil vidas. Prefiero recordarlo con sus camisas coloridas, su perfume y su impuntualidad. Alguna vez me dijo, o me hizo saber que yo era su predilecto. Me hizo pasar por inspector de la DGI. Me hizo modificar un membrete para apretar a alguien que no recuerdo, haciéndonos pasar por policías. Pintó el escudo de San Lorenzo en la puerta de su casa. Uno de sus perros se comió el dedo de un ladrón. Lo secuestraron, sobrevivió, se hizo amigo de la policía y salió en nuevediario. Hoy camina lento, habla lo que puede y come lo que puede. No tiene aire. Estornuda y se le retuercen los órganos. Estoy muy triste, se está muriendo y no lo sabe. Hoy dijo que cree que ya no tiene cáncer, y yo no se cómo ayudarlo para que se prepare.

El hombre del ascensor


Como cualquier niño, mi infancia la pasé en un pozo. Al igual que la mayoría, tuve una madre. Pero la mía murió. Se cayó por el hueco de un ascensor. Mi padre siempre fue distante, el estaba en la superficie mientras yo pasaba mis tardes hablando con las lombrices y comiendo piedritas del suelo.


Pasaron cuarenta años y tengo un trabajo. Me visto de traje todos los días, perdí algo de pelo y tengo mal aliento. En el ascensor me entretengo hablando con las mujeres que viajan conmigo. Ellas algún día serán madres y las amo por eso.